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Encerrada en un mar de lágrimas

  • Júlia Palacín
  • 3 jun 2015
  • 3 Min. de lectura

Una yema de huevo brilla en lo bajo del cielo rosado. Por contra, mi interior yace oscuro y apagado desde hace mucho tiempo. Unas garras han hurgado el sol, dejando un leve rastro en las nubes. Las mismas garras me arañan el pecho ahora mismo. Me aterroriza lo que voy a hacer pero aún más miedo me da no hacerlo y quedarme aquí.

El cielo se envuelve de naranja.El momento se acerca, el último momento se acerca. Entonces, llega: la línea del horizonte se traga la yema, ya derretida.Con ella, el última rayo de luz desaparece. Mis dedos acarician el suelo rocoso y se despiden.Los talones cogen impulso y entonces, salto. Caigo en picado pero, a unos metros del suelo, todo se ralentiza: El mar está tintado de azul oscuro.Sobre él, otros tonos negruzcos han derramado.Rompo la superficie pero la espuma blanca se apresura y tapa mi agujero rápidamente.Recibo golpes puntiagudos por los costados y noto la presión en mis oídos. La corriente me engulle, ya soy parte de ella. Mis pulmones hacen un sobre esfuerzo, no quieren dejarme morir y aguantan la respiración como nunca.Mis piernas y manos se agitan desesperadas. Por lo visto, todo mi cuerpo apuesta por sobrevivir. Aún así, mi mente gana la partida. Me empieza a doler el pecho.Mis extremidades se rinden y quedan a la merced de la corriente.Empiezo a marearme, estoy confusa. Cierro los ojos, pensando que por fin se acabará.Mis pulmones se inundan de agua y entonces... RESPIRO ¿Mis pulmones? ¡Ahora son branquias! ¿Qué me ha pasado? No lo sé, pero qué más da, me gusta. Antes, el fondo marino me parecía un borrón oscuro. Si las aguas estaban limpias distinguía alguna alga aferrada a un fondo rocoso.Ahora lo veo todo, puedo mantener los ojos bien abiertos, la sal ya no me los irrita. Con esta claridad es imposible no percatarse de la belleza del fondo marino. El color oscuro que resumía el lugar,se ha desglosado en infinidad de colores.Nado durante horas, dejando que el frescor acaricie mis escamas. Hago piruetas y barro el agua con mi cola. No sé a dónde ir, tampoco quiero saberlo. De pronto, las aguas empiezan a vibrar. Algo las remueve y me arrastra con ellas. Veo un montón de peces de color turquesa, huyendo desesperados. Pero, ¿de qué? Esto sí me interesa y me inquieta. Primero percibo el apresurado ruido de la turbina. Luego lo veo, pero ya es tarde. Una red verde me ha envuelto, dejándome sin escapatoria. Por lo menos, los peces turquesa han logrado escapar, aún diviso sus colitas ágiles, alejándose...Entonces, me doy cuenta de que no soy la única que ha quedado atrapada. Una gran cantidad de peces se revuelven desesperados, invadidos por el terror. Veo como tratan de hallar una salida y yo estoy allí, tan parada. La esperanza que depositan en cada zarandeo me conmueve, así que no puedo impedir unirme. Yo también soy un pez. Me sacudo con toda mi fuerzas, lucho por todo lo que he dejado de luchar estos años. Aquella época en que nada me ilusionaba y prefería llorar sobre la almohada. En aquel tiempo, sonreír se volvió un recuerdo. Ahora que me veo, encerrada en mi propio mar de lágrimas decido salir de él. Quiero romper esa red, quiero estar presente en el siguiente amanecer. Abro los ojos. Un rayo de luz se filtra por la persiana y va en mi encuentro. Lo veo todo negro pero, poco a poco, la imagen se va enfocando. Estoy en una habitación blanca y poco amueblada por lo que parece inmensa. Las sábanas están revueltas y la almohada está húmeda. Pongo los pies en el suelo y un escalofrío corre por mi cuerpo. Con una energía que hace tiempo que no sentía, hago chirriar la persiana hasta que se levanta. Un bonito día luce ante mis ojos. Finalmente, decido apresurarme, hoy quiero hacer muchas cosas.


 
 
 

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